miércoles, 10 de junio de 2009

EL RECUERDO DE UNA DOCENTE QUE PASO POR NUESTRA ESCUELA

Hipólita Lugones: Una docente con casi 50 años en la educación pampeana.

En su juventud, dio clases en el oeste pampeano y se jubiló en la Escuela 57 de General Pico. Ahora, en este "Día del Maestro", rescata el trabajo de los docentes de la provincia y el sacrificio de sus colegas.
GUSTAVO MENENDEZ (Diario La Arena)
Hipólita Lugones recuerda su paso docente por la Escuela Hogar 99 de Santa Isabel, con apenas 21 años, y su voz se desvanece por la emoción. Las vivencias de aquel tiempo surcado por vientos que se llevaron casas y vidas, la marcaron para toda la vida. Hipólita, es para sus amigas, para las docentes, ex-docentes, familiares, amigos y hasta para los extraños, Pola.Nació en Victorica en 1927, y dedicó casi medio siglo de su vida a la educación pampeana. Cientos de alumnos aprendieron a leer y a escribir bajo su tutela. Otros a sumar y restar, mientras Pola y otras jóvenes maestras y maestros se multiplicaban para brindar conocimientos, aseo personal, comida y hasta asistencia médica a sus alumnos. Ahora, Pola con 81 años repasa momentos, lugares y nombres. Desde la niñez, su madre, -a la que trataba de usted-, le inculcó la docencia. Su padre quiso que cursara sus estudios en Buenos Aires y hasta ya fue. Fue alumna pupila en la "Escuela Normal de Señoritas Maestras N° 8", y dice que allí aprendió el significado de la palabra "compañerismo". Alcanzó el titulo como maestra y cambió el piso de mosaico veneciano, los luminosos vitrales y las amplias aulas del edificio de la Escuela Normal, -fundado en el año del centenario argentino- por la agreste pampa, aún Territorio. A pesar de la insistencia de su madre, Pola regresó a su tierra, y desechó la comodidad de la ciudad. Las aulas de la Escuela María Auxiliadora de Victorica escucharon sus primeras enseñanzas. Después, su voz retumbó en las paredes de la Escuela N° 9 de Telén. "Señoritas".Un día, surcó el pueblo el profesor Alfredo Natalio Fernández, quién debía organizar la escuela 99 de Santa Isabel. Pola, junto a otras tres jóvenes maestras, en aquel entonces llamadas "señoritas", se alejó de su pueblo natal.Recorrieron cientos de kilómetros hasta llegar a Santa Isabel, montadas en un camión que cargaba comestibles, en los tiempos de barriles llenos de fideos. Así viajaban y regresaban días después en otro vehículo lleno de bolsas de lanas. En casi la nada, Pola y sus compañeras, iniciaron la educación de los pocos pobladores. En un edificio precario, "tipo chorizo", con paredes de adobe, cocina a leña, un pizarrón, puñados de tizas y una banca para los alumnos.Con 21 años, Pola recuerda el día en que su vida se marcó para siempre. Fue cuando una epidemia arrasó con el poblado y murieron 4 chicos. "Nos dijeron que era una epidemia; las personas quedaban con sus ojos enrojecidos y manchas en el cuerpo. Supimos que era viruela. Aún no puedo borrar de mi cabeza cuando fui hasta el toldo donde estaban los enfermos y sacaron a un chico envuelto en un poncho Pampa. Cuando pasaron al lado mío el viento alzó la punta del poncho y vi su carita. No podía creer que un niño de esas edad se muera", dice Pola entre sollozos. Carencias.Ella y otras maestras educaban, cocinaban y hasta asistían en la enfermedad. Para eso habían realizado cursos para colocar inyecciones y atención de primeros auxilios, a través de Salud Pública en Santa Rosa. La vocación educadora avanzaba a pesar de la tempestad del clima, la carencia de recursos, o las enfermedades. Después de años en Santa Isabel, Pola regresó a Victorica a ejercer el magisterio en la Escuela N° 7. "Ya me había casado, tenía hijas y quería estar en un lugar dónde hubiera médico", recuerda. Su paso por las aulas avanzó hasta otros pueblos y llegó hasta Trenel para ejercer en la Escuela 54 "Carlos Higinio Laguzzi". Por allí, la madre de Pola, había dejado huellas educadoras, entre pupitres de madera calados para colocar el tintero y los lápices. Con niños cargando los portafolios por calles de tierra, que al sonido de la campana que sacudía el portero ingresaban casi corriendo. "Seguí los pasos docentes de mi madre, casi sin proponérmelo", dice Pola sentada en su refugio: Una habitación de paredes claras en su casa piquense. El lugar parece un baúl de la memoria. Extrae cuadernos, carpetas, fotos, libros regalados por ex-alumnos y más palabras. Una antigua máquina de escribir luce con su funda. Sus teclas marcaron las hojas donde Pola homenajeó a La Pampa, a los docentes y a los pueblos originarios con versos y rimas. Otros lugares de su casa reflejan su vida: fotos con sus hijas con vestido blancos que conviven con imágenes en colores de sus nietos. Viajes alejados por países orientales; a poca distancia, lucen muñecas rusas, "mamushkas", que guardan otras muñecas, como guarda Pola sus enseñazas escolares. Sarmiento.Defiende con tanta vehemencia a Sarmiento como a los pueblos originarios. Para Pola, lo más importante no es su trayectoria sino la del conjunto de maestras y maestros que "hicieron huella en La Pampa. "Soy una más de las tantas maestras que cumplieron con su deber", afirma. Luego pide recordar nombres y apellidos: María Bustos Bazán de Ares, Nicolás Capello, Alfredo Natalio Fernández, Elvira Actis Giorgetto, López Villar, Irma Luna, y siguen las menciones. "El 11 de setiembre es un día para recordar a todos los maestros", repite con tono docente. Pola, ejerció en sus últimos años en la Escuela N° 66 de General Pico y fue docente y directora en la Escuela N° 57, hasta jubilarse. Por esas cuestiones que el laberinto de la vida traza, Pola en su juventud fue parte del cuerpo docente de la Escuela 99 de Santa Isabel, que con anterioridad fue Escuela 57, cerrada por falta de alumnos. Décadas después, otra escuela, en otro lugar de la geografía pampeana, pero con el mismo número la vio alejarse de las aulas sabiendo que el legado de su madre, - aquella a la que trataba de usted-, estaba cumplido.

FUENTE: www.laarena.com.ar